He llegado a una taberna después de mucho caminar, para matar las horas de espera en la central rumbo a Almería, para no pensar, y convertir en turismo alternativo mis descuidos.
Aquí al sur de Madrid se ven varias tabernas y bares, todos de una pinta muy especial, muy tradicional, sin embargo no había encontrado uno que llenara el ojo, ya que algunos sólo albergan hombres de edad o "chicas pijas", otros se exceden en su elegancia o en su oscuridad.
Casi me doy por vencida después de varias cuadras, cuando me crucé con un nombre especial: "Alhacena"; me di cuenta de que nunca había visto esa palabra escrita, aunque la dig mucho. Voltée para hurgar el ambiente y me topé con que lo atendía una mujer con aspecto servicial, amable. El menú: lentejas, pan, y una bebida por 5,50 euros, por lo que decidí entrar.
Después de los manjares de París, con Luis y Arturo, seguía anhelando un plato caliente de lentejas, y sin error, recordé lo deliciosa que es la comida espaola.
Los conocidos charlan de sus celebraciones de año nuevo: todos se conocen y parecen una familia, hablan de la comida mientras la chica del mostrador hace el inventario.
Una mujer, la más elegante, viajó a Barcelona, por lo que todos empiezan a discutir sobre los lugares más bellos de España: Bilbao, Valladolid, Toledo... sé que falta mucho por conocer.
Como todos unos castellanos hablan a gritos y parecen exaltarse, pero sólo hablan. Presiento que la comida me caerá de peso, y el viaje es largo.
Así que aunque París me dejó un impacto inexplicable, España habla mi lengua, le corre en su sangre, del mismo rojo que la mía, transpiramos con la misma intensidad bajo el sol.
Ahora sólo hablan de futbol.
Retoman la plática anterior y discurren sobre la historia. Termino mi plato y me preparo a irme. Las mujeres elegantes del rincón se despiden, y es cuando recuerdo que estoy sola en medio de una gran ciudad.
1 comentario:
Ahhh que padre. Conozco esa sensación de soledad y le envidio los paisajes y los paseos.
Thx sis.
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