miércoles, 7 de septiembre de 2011

La diurna y la nocturna

Hay dos seres viviendo en mí constantemente, sea por mi naturaleza femenina tendiente a ello o por mi propio carácter. Me gusta denominar estas dos personalidades como la yo diurna y la yo nocturna. La primera es una persona enérgica, positiva, activa, con todo para dar. Es la puntual, la que llega sonriendo, la que quiere hablar con todo mundo y devorarse el mundo. Esta diurna nunca discute, siempre negocia, adora las experiencias nuevas y no hay nada que le guste más que los retos, mientras más difíciles, mejor.

La nocturna es un ser más reflexivo, más exigente, es la yo que no se conforma con nada; tiende al aislamiento y desea desesperadamente aspirar al conocimiento. Está cansada, frustrada, ensimismada y en ocasiones rompe en llanto.

Dependiendo la rutina puede aparecer más o menos cualquiera de las dos. Una anima a la otra, una exige a la otra a no rendirse, a no dejarse llevar en el instante, a no andar corriendo de un lado a otro guiada por la novedad, por la adrenalina. La nocturna se sabe sola y se refugia en los demás, a veces con abuso constante de atención, mientras la diurna cree que no necesita de nadie y sabe el poder de la independencia.

Casi siempre se logra el equilibrio, una se comunica con la otra, depende de las horas de sueño y el nivel de estrés. Ayer toqué fondo, me sentí incomprendida, parecía que nadie podía entender mis problemas existenciales y los imaginarios. Hoy despierto y no necesito más, recibo los premios o pruebas de mi trabajo, como bendiciones pedidas.

Actualmente me frustra no poder ser la maestra sabelotodo que con la mano en la cintura puede resolver las dudas más estúpidas de sus alumnos. No fui eso, ni lo he sido, quizá algún día lo seré, pero el día de hoy mi función fue otra.

Al finalizar la clase, una alumna, quien particularmente llamó mi atención desde un inicio por parecer la más retraída y desconfiada de mi personalidad, hoy se acercó sin más a mí para platicar conmigo. Estuvimos por media hora compartiendo muchas cosas y noté que ganésu confianza. Mejor premio no pude tener.

Después, con otro grupo, cuya teoría me tensaba y hasta asustaba no poder alcanzar un nivel para la clase, llegó a mí rogando que pusiera algo de consideración en la evaluación. Negociamos por largo tiempo hasta que pudimos llegar a un acuerdo. Su satisfacción me dejó mejor que al profesor exigente que no los deja respirar, por lo que la actitud del grupo a mi materia cambió totalmente al grado de que tienen muchas ganas de hacerlo todo bien.

Mejor premio no puedo tener. Mi diurna y nocturna están felices, en paz. Por lo pronto.

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