domingo, 8 de noviembre de 2009

Danny Bob (II)

II.

Aprendí a quererlo. No podía quererlo como se quiere a un hombre, ni quererlo como se quiere a un amigo, aprendí a aceptarlo y aceptar nuestra situación. Conocí a cada una de sus conquistas, todas compartían los mismos rasgos físicos: tez blanca o morena clara, cabello largo lacio, perfecto, cara hermosa, figura proporcionada, mirada inocente. “Qué ingenua”, decíamos todos cada vez que una nueva presa se acercaba. “Qué ingenua”, repetía yo, al saber que ellas veían en él al hombre perfecto que habían creado en su mente desde pequeñas, ellas pensando en “para siempre” con la mirada perdida en su mirada, aportando un gran esfuerzo de quedar bien con nosotros, y particularmente conmigo, en ese primer y único encuentro.
Desafortunadamente, la vida amorosa para Danny no podía basarse sólo en esa fachada hermosa, como una casa pintoresca, y fresca, él requería su adrenalina incesante. Entre semana, ese bar de mala muerte de su padre se convertía en el lugar de visitas casuales, adonde Danny llevaba a sus conquistas efímeras, de quienes obtenía los placeres que no se atrevía a arrebatar de sus inocentes compañeras sociales.
Jamás conocí a sus amantes, sabía que igualmente eran hermosas, casi siempre mayores que él. Siempre me ocultó la existencia de su “hotel”, no sé por qué, pero yo lo sabía porque entre palabras después de mucho alcohol, alguien la mencionaba. Alguna vez le sorprendí en más de un problema con esas mujeres porque ellas querían algo más, o lo descubrían con la novia en turno, en cuyos casos siempre salió bien librado. “Qué ingenuas”, me volvía a repetir mientras me quedaba pensando en lo diverso de los escenarios de su vida amorosa: la luz neón y las manos estrechadas con respeto.
Sin embargo, siempre tuve mi distancia exacta, aunque cada vez era mayor, pero Danny sabía que yo estaba ahí, él sabía que a pesar de todo, yo vería por su bien antes que por el mío. Siempre me conservé como la amiga, que aunque cada vez le prestaba menos atención a sus palabras, era por lo menos ese ente que está a su lado, que lo abraza cuando todo ese gran conglomerado de ego se viene abajo, hasta el más profundo de los abismos. Yo no era la novia virginal, ni la amante despreciada, era su mejor amiga. Al final de cuentas yo era la más ingenua.

2 comentarios:

Karabá dijo...

Es lo malo, que luego piensa uno "pobres tontas" y se da cuenta después que la ilusa era otra :S
So I'm asking once again: would you marry me?

Kuruni dijo...

ay quiero ver la continuación jajaja.

De ilusas está llena la cárcel sis, mucho ojo (jajajaja).